viernes, 13 de abril de 2018

Lugares

Han pasado meses desde que no me obligo a escribir. Por mucho tiempo encontré refugio en la escritura. 
Era un lugar idílico dónde desahogarse y poder chillar con gritos sordos todo lo que no era capaz de decir susurrando en mi día a día. 
Creo que no he vuelto a escribir porque dolía; como cuando te arrancas una costra de una herida: esa sensación de placer culpable, seguida del dolor y una cicatriz perpetua. Confieso que tengo los brazos llenos de ese tipo de cicatrices.
No obstante, cuando el lápiz y la inspiración se aliaban y conseguías un texto decente, se tornaba en  un lugar liviano donde el peso de los sentimientos encerrados en el pecho, al hacerlos letra, desaparecía y quedaba una sensación parecida a la de un poco de amor propio antes de ir a dormir.
Hace cuatro meses, tres días y quince horas que no narro rabia y heridas. Porque hace ese tiempo exacto que las heridas se han curado, la rabia ha metamorfoseado en amor y el dolor se ha ido dejando un rastro de sonrisas tras él.

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