viernes, 20 de abril de 2018

Vida

Una familia. Un conjuntos de personas unidas por lazos sanguíneos anudados con el amor y el respeto a los suyos. Un papá que busca entenderte, llegar a ti. Una mamá que pretende tu bien en todos los aspectos de tu vida. Un hermanito con el que compartir el crecer juntos. Un abuelo que te enseña lo mejor de sí mismo. Unas abuelas que te dan alas sin importar la meta. Unos tíos que te achuchan y unos sobrinos que te adoran.

Unos amigos que sin ser parientes sanguíneos cuentan como familia también. Aquellos que instauran una relación de confianza basada en el respeto y el afecto. Los que aguantan tu carácter, tus días y disfrutan de tus risas. Los que son para toda la vida.

Una pareja. Una persona que quiere compartir su vida contigo. Un chico cuyo máximo esfuerzo es hacerte sonreír. Aquél con el que compartes alegrías y tristezas. Ése que te enseña a mirar el mundo de otra manera, más bonito.


Puede que la suerte exista y yo me la haya quedado toda.

viernes, 13 de abril de 2018

Lugares

Han pasado meses desde que no me obligo a escribir. Por mucho tiempo encontré refugio en la escritura. 
Era un lugar idílico dónde desahogarse y poder chillar con gritos sordos todo lo que no era capaz de decir susurrando en mi día a día. 
Creo que no he vuelto a escribir porque dolía; como cuando te arrancas una costra de una herida: esa sensación de placer culpable, seguida del dolor y una cicatriz perpetua. Confieso que tengo los brazos llenos de ese tipo de cicatrices.
No obstante, cuando el lápiz y la inspiración se aliaban y conseguías un texto decente, se tornaba en  un lugar liviano donde el peso de los sentimientos encerrados en el pecho, al hacerlos letra, desaparecía y quedaba una sensación parecida a la de un poco de amor propio antes de ir a dormir.
Hace cuatro meses, tres días y quince horas que no narro rabia y heridas. Porque hace ese tiempo exacto que las heridas se han curado, la rabia ha metamorfoseado en amor y el dolor se ha ido dejando un rastro de sonrisas tras él.